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Mensaje por SanctusDeiRequiem Miér Jul 03, 2013 10:11 am

La chica de pelo negro bajó la pantalla de su ordenador portátil. Otra vez se había pasado la noche en vela escribiendo historias que, después de todo, nunca serían leídas por otra persona que no fuese ella misma. Observó el amanecer desde la ventana de su cuarto. Mientras el Sol se asomaba por las colinas que rodeaban la ciudad, ella se preguntaba si sucedería algo interesante ese 22 de septiembre.
Se levantó de su cómoda silla y se vistió rápidamente. Pocos segundos después, su madre entró por la puerta.
– ¡Emilia! – gritó Catherine, su madre. – ¿Cuanto hace que estás despierta?
– Un día entero – dijo Emilia orgullosa.
– ¿Otra vez te has pasado la noche entera escribiendo?
– No es tu problema.
Catherine intentó no ofenderse ante aquella contestación. Casi sería mejor decir que ya estaba acostumbrada a que su hija le contestase así. No era la primera vez que se pasaba la noche en vela delante del ordenador, y sabía que Emilia podía disimular el sueño y el cansancio sin ningún problema. Catherine suspiró y miró de nuevo a su hija.
– Ya hablaremos de ello más tarde. Ahora baja a desayunar.
Emilia obedeció a su madre. Salió de su cuarto sin decir ni una sola palabra más.
Los Stones eran una familia muy apreciada en el vecindario, pues se llevaban bien con todos los vecinos, pero Emilia no era en absoluto como sus padres o como su hermano gemelo; ella era una chica muy callada e introvertida, y nunca hacía nada por llevarse bien con nadie. Nada parecía ser de su interés, pero en realidad era una persona observadora a la que le gustaba mantenerse informada sobre todo lo que sucedía a su alrededor. Emilia Stones, de 16 años, es una de las protagonistas de esta historia.
Ese 22 de septiembre sería el día en que las cosas empezarían a cambiar, tras la llegada de nuestro segundo protagonista al vecindario de los Stones. Su nombre es Jeff Blalock.



22 de septiembre / 4:31 pm
Los Blalock acababan de mudarse a un nuevo vecindario. Peter, el padre de familia, había conseguido un ascenso en el trabajo. Tras recibir la noticia, se plantearon la posibilidad de cambiar de aires y vivir en una de esas casas de “fantasía”. Su nueva casa era mucho más lujosa que la anterior, y aunque también habían tenido que cambiar de instituto, Jeff y su hermano Liu no podían quejarse.
Una mujer delgada y con gafas se detuvo delante de los Blalock, que en aquel momento estaban ordenando sus pertenencias. Llamó la atención de la madre y se presentó a sí misma:
– ¡Buenos días! Me llamo Bárbara y vivo en la casa de en frente. Solo quería presentarme a mí y a mi hijo Billy.
Bárbara llamó a su hijo que estaba jugando en el jardín de su casa. El niño se acercó, saludó a los Blalock y volvió corriendo al edificio. La madre de Jeff sonrió y presentó a su familia:
– Yo soy Margaret. Encantada de conocerte, Bárbara – Margaret dio media vuelta y presentó a los demás. – Este es mi marido Peter, y ellos son mis hijos: Jeff y Liu.
Las dos madres estuvieron hablando durante un buen rato. Antes de despedirse de Margaret, Bárbara invitó a los Blalock a la fiesta de cumpleaños de su hijo Billy. A pesar de no estar demasiado emocionada con la idea de tener que llevar a su familia a una fiesta de cumpleaños infantil, Margaret pensó que sería la oportunidad perfecta para conocer a los nuevos vecinos, y por eso aceptó encantada. Jeff pasó por delante de su madre y dijo:
– No pretenderás que vaya a esa fiesta, ¿verdad? Por si no lo sabes, yo ya no tengo edad para esto.
– Jeff – dijo Margaret, – acabamos de mudarnos y debemos causar una buena impresión. Iremos a esa fiesta.
– ¡Pero mamá...!
– Es una definitiva.
Jeff intentó convencerla, pero no tardó en darse por vencido. Las definitivas de Margaret realmente eran definitivas, y él lo sabía más que nadie. Entró en su nueva casa sin decir una sola palabra más al respeto y subió a su cuarto. Se dejó caer sobre la cama y miró al tejado, pensando en la nueva vida que le esperaba en ese vecindario.
Ignorante.

7:46 pm
Jeff caminaba por las calles de la ciudad sin destino alguno. Todavía seguía pensando en el asunto de la fiesta de Billy, pero confiaba en que su madre se olvidaría de ello antes de que llegase el día. Miraba hacia el suelo, pero de vez en cuando echaba miradas rápidas a su alrededor para orientarse.
Jeff rodeó la esquina. Sin poder evitarlo, chocó con alguien que iba en contra dirección. Era una chica; una chica de pelo negro que llevaba varios libros consigo. Esos libros cayeron al suelo tras el impacto, y también lo hicieron Jeff y esa joven desconocida. Jeff reaccionó y se levantó.
– ¡Lo siento! – gritó él. – ¿Estás bien?
– Creo que sí – respondió ella.
Jeff tendió su mano a la chica para ayudarla a levantarse. Recogió todos los libros y se los dio a ella muy educadamente.
– Gracias... – dijo ella.
– No me las des.
No había nadie más en la calle, y se respiraba un aire cargado de silencio e incomodidad. Jeff sacó el típico tema de conversa.
– Esto... Me llamo Jeff. Acabo de mudarme a este vecindario.
– Lo sé. Pude verte desde la ventana de mi casa. Al parecer, vivimos bastante cerca.
Antes de que Jeff pudiese responder, la chica esbozó una sonrisa fugaz y se marchó sin decir nada más. Jeff la siguió con la mirada hasta que estuvo fuera de su campo de visión. Esa chica, fuese quien fuese, era lo más interesante que le había sucedido desde su llegada al vecindario.
Una chica de pocas palabras, sin duda.
Jeff llegó a casa a las 8:57 pm. Entró por la puerta sin avisar a sus padres de su llegada y subió a su cuarto. Se quitó la camiseta y se echó en la cama. De pronto, Jeff sintió una extraña sensación; no era dolor, pero tampoco era agradable. Era como la adrenalina, pero mucho más fuerte. Jeff ignoró esa sensación, y la confundió con un sentimiento al azar.
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